Consideraciones sobre el pensamiento divagante y el tiempo
Contribución de José Esteban Rojas Nieto, Las Palmas de Gran Canarias, España.
El pensamiento compulsivo o la incapacidad de detener la divagación constituyen una seria disfunción para nuestras vidas. Una fuente de enfermedad y sufrimiento. Separados del presente por el tiempo psicológico nos aislamos del momento de nuestra vida. Este desenfoque nos separa de nuestra vida real generando temores y ansiedad. Separados de nuestra propia vida damos forma a un falso Yo elaborado por el pensamiento que nos mantiene separados del tiempo real. Esta separación de nosotros mismos también nos crea la ilusoria separación de los demás, del mundo, la vida y la naturaleza.
El Yo del tiempo es un Yo que nos separa, que nos aísla de los demás y la naturaleza a través de una cortina de creencias y supuestos que se interponen con la vida real. Solo cuando somos capaces de vivir con plenitud el presente más allá de nuestros pensamientos surge una identidad que nos une, nos conecta con nuestra propia vida y nos permite sentirnos vinculados a los demás y a lo que nos rodea, formando parte de algo mayor que nos incluye.
El pensamiento divagante y el tiempo son fenómenos inseparables. Podemos desde él, incluso tener la ilusión de que vivimos el presente cuando interpretamos lo que vivimos con perspectivas de pasado o futuro.
Cuando vivimos atrapados en nuestros pensamientos quedamos esclavizados al fantasma del tiempo a través del péndulo de la evocación del pasado y la anticipación del futuro, perdiendo conexión con el único tiempo que existe: el presente, el tiempo real o el tiempo de la vida.
Cuando somos capaces de centrar nuestra atención al presente de nuestra vida, comprendemos esto en profundidad y experimentamos un profundo alivio que nos libera de las garras del fantasma del tiempo. Cambia nuestra forma de ver y nos llenamos de energía y vitalidad. Vivir el presente nos liga a nuestra vida, a la única que existe. Al vivir el presente, más allá del pensamiento nos liberamos de la ansiedad que provoca nuestro desencuentro con nosotros mismos siendo capaces de conectarnos de forma significativa con lo que somos y con lo que nos rodea.
Cuando construimos la vida fuera del presente, la identidad que vamos construyendo distorsiona nuestra experiencia de la realidad. Lo que creemos ser, toma forma a partir de imágenes y emociones del ayer que no existe, compensado por climas que buscan su solución en un mañana que tampoco existe.
Es difícil responder de forma libre y creativa desde un molde de identidad basado en ilusiones. Interpretamos lo que perciben nuestros sentidos a través de un filtro ilusorio que distorsiona seriamente lo percibido. En nuestras representaciones se hace patente que inferimos, desde el filtro de la ilusión pasado-futuro, mucho más de lo que percibimos desde el presente con nuestros sentidos.
Cuando intentamos comprender algo de la realidad desde una condición desatenta del presente, nos volvemos ineficaces, ya que nuestra atención se encuentra arrastrada por el flujo de la divagación y no concentrada en los sentidos que nos ofrecen la información sobre lo que precisamos descubrir.
Para descubrir cómo son las cosas es preciso aprender a atender sin juicios ni interpretaciones; atentos a lo que percibimos, y alejados de las interpretaciones constantes que nos aportan las divagaciones. Cuando logremos captar suficientemente la naturaleza de aquello que pretendemos comprender, podremos elegir conscientemente pensar, analizando, relacionando y asociando sobre aquello que previamente atendimos sin los prejuicios que proyectamos desde la divagación