¿Vivo defendiéndome?
Contribución de Isabel Hernández Negrín de Las Palmas de Gran Canaria, España
Muchas son las ocasiones en que podemos tener reacciones defensivas: cuando alguien inatento se cruza en tu camino y lanzas un improperio, cuando te sientes ofendido, maltratado y te dan ganas de matar al culpable, cuando te enfadas porque te han cambiado tus cosas de sitio, etc. Creo que ya se entiende, no?
Estos son algunos ejemplos nada sutiles de nuestro modo defensivo de vivir, pero los hay más difíciles de apreciar. Este es con mucho el modo favorito, es fácil, sencillo y nos sale de lo más profundo con gran naturalidad. Sin esfuerzo. Tan fácilmente nos sale que muchas veces nos arrepentimos de lo hecho y hasta nos equivocamos en nuestra respuesta al interpretar la amenaza con demasiada seguridad. Otra característica de esta reacción es que solemos tener la seguridad de que hemos hecho lo que era necesario; que teníamos razón para obrar así. En realidad, esta reacción es ciega, no hay reflexión que la frene.
Si una alta proporción de nuestras conductas están animadas desde la defensividad, la guerra está servida.
Hablar de defensividad es hablar de temor.
¿Dónde queda nuestro modo amable y abierto de conducta? A veces no ha podido desarrollarse bien por falta del afecto necesario para tener un florecimiento personal abierto y confiado. Sin embargo, esa tendencia también está ahí y está dispuesta a aflorar en cuanto somos capaces de detectar y abandonar el temor, que siempre está dispuesto a colarse por la puerta de atrás.
Observa ese modo defensivo en los pequeños momentos del día. Fíjate en lo que haces y sientes en esos momentos, como si te vieras a la distancia. Sonríe por haberte dado cuenta y deja pasar ese torrente de adrenalina. Agradece haberte dado cuenta. Descubrirás más momentos que podrás observar y dejar pasar. Prueba a hacerlo una semana, cada vez que te des cuenta, y verás que aprenderás a sentirte más plena, más amable contigo y con los demás. Vale la pena!