Preguntas para autobservarme y aprender de mí.
Comentario de José Parés Pérez. Concepción, Chile
La mayor parte de nuestra vida la pasamos viviendo en piloto automático. En otras palabras, interpretamos toda sensación que llega a nuestros sentidos gracias a un recuerdo que tenemos de lo que sentimos como algo que ya conocemos y reaccionamos de una u otra manera dependiendo del agrado o desagrado que lo recordado nos produce. De todo ello surge una acción de aceptación o de rechazo de lo sentido. Todo ese veloz proceso descrito para representar nuestras permanentes actuaciones en la vida, carece totalmente de nuestra atención, de nuestro darnos cuenta de lo que hemos hecho. Estamos muy bien entrenados para actuar de esa manera porque toda la vida hemos actuado así.
Sin embargo, hay un gran problema en esta simple y continua forma de actuar nuestra. Lo que penetra en nuestros sentidos, no es percibido tal como es ahora que lo estoy recibiendo. Tan pronto lo reconozco entre mis recuerdos, dejo de percibirlo. Y lo que sigue en el proceso es lo que creí haber percibido. Es decir, cuando veo de esa manera realmente no veo, cuando oigo de esa manera realmente no oigo, etc.
No es complicado percatarse de las consecuencias negativas que esa forma de actuar como autómatas tiene para la vida. La vida y la realidad son permanentemente cambiantes. En lo más profundo de la realidad, hasta las rocas no tienen dos instantes iguales. Todo es permanentemente cambiante, sobretodo la vida.
Por tanto, la forma coherente de actuar es poner siempre atención a la sensación que recibimos en el presente. Si estoy oyendo, por ejemplo, asegurando que estamos realmente oyendo en el momento presente.
Esta forma de percibir la realidad, tener presente que estamos sintiendo lo que es, tiene efectos tremendamente clarificadores de nuestra forma de vivir y las consecuencias que eso tiene en múltiples actividades humanas:
En primer lugar, al percibir atentamente percibo lo que es más ajustadamente a su realidad presente.
En segundo lugar, me deja meridianamente claro que lo percibido es lo percibido por mí que aún puede diferenciarse en alguna forma de la realidad percibida.
Adicionalmente suelo seguir adelante con una valoración de lo percibido y en tal caso si lo hago atento a mí mismo tengo absolutamente claro que la valoración lograda es mi propia valoración y que podría no tener relación alguna con la realidad bajo valoración.
Esta última consecuencia de tener presente que soy yo el que percibo lo percibido es de tremenda importancia para darnos cuenta que las valoraciones y juicios que engendramos sobre otros, para bien o para mal, son solamente NUESTRAS, en ningún caso la realidad.