Preguntas para autobservarme y aprender de mí.
Comentario de José Parés Pérez. Concepción, Chile
En estos últimos años he acumulado una interesante experiencia sobre mi presencia en mi interior. Mis viajes a mi interior son cortos pero muy frecuentes. En base a esa experiencia es que puedo afirmar con tranquilidad que he logrado moverme con cierta soltura para prestar atención a las sensaciones, percatarme de mis distracciones y volver a la sensación seleccionada. También he aprendido a darme cuenta, cuando me distraigo por los pensamientos, de cuál era el pensamiento en que estaba en el último instante. Eso puede llegar a ser importante cuando trato de saber qué es lo que me está preocupando.
En general, haciendo uso de una metáfora que ayude en esta temática, puedo decir que he aprendido a prender la luz de una sala por la que desplazan las sensaciones, percepciones, emociones, pensamientos y de ese modo poder observar algo más nítidamente mis experiencias internas por el momento presente que estoy viviendo.
Se trata de una realidad, siguiendo en la metáfora, mágica puesto que mi presencia logra imponer cierto orden allí. La automática generación de pensamientos, la aparición de emociones normalmente negativas, la resistencia por el desagrado de ciertas percepciones y sensaciones, la generación de exteriorizaciones de lo sentido, y otras manifestaciones de imposible enumeración, queda como iluminada por la luz de mi presencia allí.
Es así como surge la posibilidad, inexistente sin mi presencia allí, para contrarrestar oportunamente la generación y exteriorización de las resistencias y sus consecuencias. A la operación automática de mi mente tal cual como está diseñada, existe la posibilidad de sobre imponer nuestra consciencia que actúa como guía interior.
En este momento en que estoy terminando de escribir esta reflexión ladran fuertemente las seis perritas que pasean por el jardín de mi casa, dos de mi esposa y cuatro de mi hija. Es un ruido realmente impresionante que de forma natural me genera molestia. Hace unos años atrás ya me había parado de mi escritorio para exigir que se callaran o que se las llevaran a otro lugar a pasear. Hoy, me pareció coherente que ladraran de alegría por el paseo que estaban haciendo y tras ello dejé de escucharlas y terminando sin perturbarme estos pensamientos.