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6 de setiembre Isa Hay compasión en la cultura de la competencia y la transacción

Preguntas para autobservarme y aprender de mí.

Contribución de Isabel Hernández Negrín de Las Palmas de Gran Canaria, España

Muchos padres hacen un gran esfuerzo mandando a sus hijos a la mejor escuela que pueden para que tenga más oportunidades, mejor formación, compañeros de familias importantes, etc.

Desde ese tierno momento, siendo niños, ya estamos tomando posiciones, ya se espera que seamos buenos en la carrera de ser los primeros en algo. Y no se trata de que seamos los más felices del barrio o que elijamos un camino personal con compromiso, sino de que estemos bien preparados para competir en un mundo difícil y hostil. Y competir es competir con otros. Más bien contra otros. Contra otros como yo, que en cierto momento se convierten en mis rivales, cuando hace pocos años eran mis amigos entrañables. Hasta puede que alguien nos anime a no facilitarles las cosas a los compañeros que “no estudiaron” y son unos “zánganos”, porque, encima, pueden sacar mejores notas que nosotros.

Muchos ya hemos mamado la cultura de la competencia, del sálvese quien pueda y la percepción de que lo que importa realmente es el dinero, que dicen que da la felicidad o algo parecido.

Lo que no nos dicen es que en ese camino, perdemos sensibilidad –hacia nosotros y los demás – perdemos confianza en otros, ganamos soledad y sin sentido.  Y habrá que preguntarse, los que ya llevamos un cierto camino hecho en la vida, si eso de la competición y sus satélites ofrece algo bueno, algo por lo que merezca morir: Morir de infarto, morir de estrés, morir de soledad, morir de desconfianza, de ira, de melancolía… de sin-sentido.

En esta cultura nuestra de la competición, de la sensación de escasez, no dejamos espacio a la compasión. Eso de la compasión se deja para un trabajo voluntario de verano en un país exótico, que queda muy bien en Facebook.

Y ¿qué pasa en nuestra vida cotidiana? ¿Competimos y enseñamos a competir? Observa.