
Preguntas para autobservarme y aprender de mí.
Contribución de Isabel Hernández Negrín de Las Palmas de Gran Canaria, España
Veamos qué es esto del apego. La palabra apego viene de pegar, de pegar dos cosas. Nosotros nos “pegamos” emocionalmente a cosas, personas, ideas, creencias, ideologías, un equipo deportivo, etc. Y eso suele ser para todos algo importante. Mis apegos, en cierto modo, me dan estabilidad, percepción de seguridad. Si creo ciertas cosas parece que ya sé cuál es mi lugar en el mundo: soy de derechas o izquierdas, soy musulmán o budista, soy del Real Madrid, soy feminista, soy….
Todo eso lo considero, en el fondo, como lo que yo soy. Me identifico fuertemente con todo eso que creo, tanto del mundo como sobre mí. Se convierten en pilares inamovibles de mi vida, de mí, de lo que soy. ¿Y como no voy a defender lo que soy frente a lo que no es como yo? ¿Cómo no voy a defender mis creencias, si yo soy mis creencias?
Y ¿esto que tiene que ver con la paz? Pues con la paz, nada, pero con la violencia, mucho. ¿Qué hago cuando alguien es contrario a mis creencias, o sea, a mí? Pues que sitúo al otro como un contrario, como un ignorante, como una amenaza, incluso. Comienzo a entablar mi pequeña guerrita con todo lo que no entra en mis creencias y, si es posible, voy a tratar de convencerles de su error.
¿Sentimos afecto sincero por alguien a quien lo consideramos un contrario? Creo que no. Ahí empieza la primera violencia, dentro de uno mismo. Luego podemos pasar a los actos y según el carácter de cada cual, podemos ser agresivos y desconsiderados o despreciativos con ese contrario y hablar más fuerte y sin respeto. Eso pasa hasta en el seno de las parejas. Se pelea y, a veces, alguno muere. Esa violencia ¿de dónde sale? Pregúntate, pero no intelectualmente. Pregúntate con todo tu ser ¿acaso no has sentido alguna vez una fuerte rabia por haberte creído que te faltaban al respecto o porque alguien te causó una enorme frustración o humillación? Lo que creemos, nuestras creencia, juicios, supuestos, tratamos de preservarlo intacto, porque es como si fueran yo mismo y si me he sentido “atacado” voy a responder con violencia.
Es muy peligroso fiarse hasta ese punto de nuestras creencias, y no me refiero solo a religiones o políticas – origen de muchas guerras – sino de todo tipo: a cómo creo que debo ser tratado, a cómo creo que son los demás, a lo que creo sobre sus intenciones, a lo creo que es una amenaza, etc.
Quizás convenga recordar una definición del diccionario de la palabra CREER: Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado. Entonces ¿a qué viene darle tanta importancia a nuestras creencias, si lo que traen es violencia interna o externa? ¿Es así como quieres vivir?