¿Cuándo nos enfadamos damos poder a nuestra violencia?
Comentario de Isabel Hernández Negrín, España
Con cierta frecuencia me encuentro con personas que se dan a la impulsividad y a eso le llaman sinceridad. Si se irritan y pierden el control, es por sinceridad. Si expresan sus juicios personales sobre otros de forma corrosiva, es por sinceridad. A mi entender, cuando la violencia se apodera de nosotros simplemente perdemos el control, o nunca lo tuvimos. Parece que se confunde la sinceridad con la impulsividad espontanea que es la falta de control. Y ustedes dirán ¿y no es malo lo del control? Pues dependerá de lo que lo motive. A nuestra faceta defensiva la motiva la seguridad, y se expresa en el temor a sufrir de alguna manera. Siempre que algo nos amenaza (sufrir) la violencia aflora, pues es la forma automática que tenemos para defendernos y protegernos.
Hay que decir que esto es reflejo puro. No decimos “voy a enfadarme”, no, nos sale el enfado y éste domina el escenario y todo nuestro ser. Normalmente estamos acostumbrados a que esto sea así. De paso asociamos esta violencia con el coraje y la valentía, aunque sea un error. Así nos quedamos tan a gusto tras un descargarle a alguien lo que se nos ocurra.
Esta manera de vivir es lo más básico que se despacha. Todo al servicio de la defensa, aunque no tenga razón, aunque no sea oportuno ni coherente. Muchas veces esta conducta refleja es motivo de arrepentimiento y causa de perdida de buenas relaciones que se cansan de uno y su sinceridad.
¿Hay alguna forma cambiar esta tendencia? ¿Recuerdan el cuento de los dos lobos? Pues claro que se puede cambiar. El cambio depende del lobo que decidamos alimentar: al que siempre está gruñendo o al otro que no se identifica con la violencia.
Pero lo primero… ya saben… prestar atención a lo que estamos experimentando, como mirándonos desde detrás de los ojos sin decir nada. Solo observa. Luego decide a que lobo quieres alimentar. ¿Quieres dar el poder a la violencia que hay en ti?